por juanma trueba

Nunca quisieron posar juntos los cinco. Los futbolistas famosos acaban siendo enfermizamente precavidos. Por eso hablan poco y dicen menos. Y por eso, salvo deliciosas excepciones, huyen de las fotografías que incluyen atrezzo o compañeros. Supongo que temen el ridículo, la comparación, perder el tiempo, esperar al otro. Arrogancia, celos, envidias, patrocinadores. Quién lo sabe. Se les dijo que era un homenaje. Pero se cerraron en banda, dijeron que no, que era un desprecio al resto de la plantilla.
Sólo los reunió la coincidencia. Fue en Roma, el 8 de diciembre de 2004. Figo marcó de penalti y se encontraron todos. Aunque el gol sentenciaba la clasificación del equipo para los octavos de final de la Champions, el tanto (0-2) no era decisivo, ni fundamental, ni heroico. Así que no fue un abrazo totalmente fortuito, una palmada casual. Visto ahora con la perspectiva del naufragio, creo que hubo un esfuerzo por acudir, por tocarse, por salvarse. Un último intento de conectar.
Ese Madrid, entrenado por García Remón, ya había comenzado a languidecer y acumulaba temporada y media sin títulos. Con la llegada de Owen, el cuarto Balón de Oro en la plantilla, la galaxia dio en Roma su destello definitivo, el fogonazo final. El último tango en Europa. El Madrid sería eliminado por la Juve de Capello, muertos por el asesino.
El único consuelo es que la única foto que nos quedó del quinteto de la galaxia es una última cena del madridismo. Se trata de una composición que define con extraña precisión lo que era el equipo, lo que eran sus estrellas, sus relaciones.
Ronaldo está en el centro del cuadro, marcando tripa, adelantado y distraído. Suyo había sido el primer tanto, el que asfaltaba el camino. A su derecha se coloca Figo, altivo, vengador incluso en la victoria, ligeramente inclinado hacia atrás, reteniendo el festejo, dispuesto a decir algo, indiferente a Beckham y en el extremo contrario a Raúl. El inglés, por cierto, es el único de los cinco que sonríe abiertamente, ingenuo, tal vez porque ni sabe ni entiende. También es el único que achucha. Inconsciente, agarra al portugués como quien pasea a la novia.
Zidane, que brilla más que nadie, se oculta, tímido, y parece mirar al banquillo, mientras Raúl le sigue, aunque a quien de verdad vigila es a Ronaldo.
Kopa, Rial, Di Stéfano, Puskas y Gento, delantera mitica del madrilismo. Queda el recuerdo y queda su foto. Y ambas se alimentan y se sostienen, como la oración y la estampita. La galaxia nunca tendrá esa foto. Beckham, Figo, Ronaldo, Zidane y Raúl. Es cierto, la foto era imposible: jamás se hubieran puesto de acuerdo en quien agarraría el balón.